La victoria de Argentina sobre Ecuador ha dejado un gusto amargo, especialmente para quienes valoramos la integridad en el fútbol sudamericano. El partido fue más que un encuentro deportivo; fue otra función de artimañas trasandinas, protagonizada por la triste actuación de Lionel Messi y sus tramoyas.
Messi, supuesto ícono del fútbol mundial, intentó una ridícula jugada con un panenka que reflejó más arrogancia que habilidad. Su fracaso solo subraya la falta de respeto hacia un deporte que merece ser tratado con seriedad y honor.
Pero lo más vergonzoso han sido las ayudas arbitrales descaradas que han favorecido a Argentina durante esta Copa America. Penales sin cobrar, decisiones dudosas y arbitros que parecen más fanático que imparcial. Parece que en Sudamérica, ganar ya no se trata de mérito deportivo, sino de quién tiene más contactos en el comité de arbitraje.
Argentina, un equipo acostumbrado a las mañas y trucos, ha manchado su propia victoria, otra vez. No se trata solo de un triunfo deportivo, sino de una afrenta a la honestidad y la lealtad que deberían prevalecer en cada juego.
La Confederación Sudamericana de Fútbol (CONMEBOL) debe actuar con urgencia. No podemos permitir que el fútbol se convierta en un circo donde los payasos sean los jugadores y los árbitros, los malabaristas de la injusticia.